La Estación Delicias de Zaragoza es una locura y sobre todo ahora que está rodeada de obras. Si el viaje que vas a realizar tiene su punto de partida en esta estación lo primero que hay que saber es qué medio de transporte se elige para llegar hasta la estación, situada en la Avenida Navarra. Si se hace en autobús se puede elegir entre cuatro líneas (51, 129, 42 y 142) que dejan en la misma puerta. Sin embargo, está opción es peligrosa porque hay que soportar todos los atascos de la capital aragonesa, muchos de ellos causados por las obras que dejarán a Zaragoza, o eso dicen, a la altura de muchas ciudades europeas. Pero eso sí, no se sabe cuando será.
Si se elige ir en coche hay dos opciones: dejarlo en el parking con el consiguiente desembolso de dinero, o que un conductor amable, conocido, amigo o pareja, se atreva a acercarse a la estación. Eso sí, simplemente ayudará a sacar las maletas del maletero y se despedirá de manera muy breve, porque se tendrá que ir rápidamente, no vaya a ser que un policía vea la oportunidad de recaudar dinero para la Expo 2008.
La tercera elección: coger un taxi. Eso ya es meterse en un mundo distinto. Los taxistas, que siempre van por libre, han subido un euro la bajada de bandera si van hasta la Estación Delicias, porque dicen que sino pierden dinero, que en el rato que hacen el trayecto hasta la moderna estación, pueden tener varios clientes. Así que después de hacer negociaciones con el Ayuntamiento de Zaragoza se ha llegado a ese desenlace, que según las dos partes, es beneficiosa para todos, e incluso para los ciudadanos. La cosa es que siempre ponen dinero lo que salen más perjudicados.
Una vez que llegas hasta la estación, te encuentras en la puerta con la maleta, el bolso y demás complementos que una persona es capaz de llevar. Empiezas a correr a la vez que buscas en el bolso el billete de autobús o tren. Paras para centrarte y pensar cuál es la entrada que más te conviene. Pero ¡qué casualidad! No hay ningún cartel en la puerta que ponga cuál es la entrada para poder llegar más rápido al destino que se quiere llegar.
Cuando por fin encuentras la entrada correcta, con el tiempo justo por los atascos y la buena señalización de la estación, y empiezas a andar deprisa mirando en las pantallas de información por qué vía sale tu tren. Preguntas a todos los empleados posibles, pero ninguno lo sabe. Por fin encuentras a una persona amable, que tiene tu mismo destino y te contesta que tú andén es el 5 y sales corriendo. Pasas por un arco que consideras de triunfo pero empiezas a pitar, un guardia de seguridad te pide que pases la maleta, el bolso y los demás complementos por el detector de metales, se lo das de mala gana intentándole explicar que tu tren está apunto de marcharse. Él no te hace caso y sigue a lo suyo.
Coges tu pesada maleta como puedes y sales corriendo. Llegas al andén y crees que es el final del viaje, pero nada más lejos de la realidad, un trabajador de RENFE te avisa que ese tren llega con bastante retraso. Respiras hondo y te sientas en la sala de espera: es lo que sale en el diccionario como sinónimo de comodidad. Te sientas en una de las sillas rígidas que hay, empiezas a tener mucho frío, te acercas a los que crees que es la estufa, te sientas en una silla de a lado, sigues teniendo frío, te das cuenta de que no calientan.
Decides salir afuera, para poder ver las vistas que están quedando por la creación de la pasarela que unirá la estación con la Expo y que pasará por encima del Ebro. Coges la maleta y sales. Empiezas a buscar la pasarela. De repente, tropiezas con ella. Levantas la vista. Muy bonita, sí, pero rodeada de esas obras que abundan en Zaragoza. Desilusionado vuelves a entrar, esperando que en poco más de un mes, la estación pueda albergar a todos esos turistas y curiosos que esperan, como casi todos, una Zaragoza a la altura.